domingo, 22 de marzo de 2020

Al filo


AL FILO

Llevábamos cerca de tres años ahorrando para aquella expedición y tenía que torcerse un tobillo justo a mitad de escalada. No paraba de quejarse y sollozar, y que no le moviéramos, decía, que le dolía horrores. O sea, que ni para adelante ni para atrás. Entonces ¿qué hacíamos? Dejarle allí, a veinte bajo cero, habría sido condenarle a una lenta agonía. Se le habían helado las lágrimas y la punta de la nariz la tenía renegrida, claramente principio de congelación. Y lo peor: más que hablar, farfullaba. Eso significaba que estaba empezando a delirar.
Entre los dos le sujetamos de los brazos y le ayudamos a levantarse. Al moverle, un pedrusco cayó al vacío. Me quedé mirando el abismo bajo nuestros pies y me dio por calcular cuánto tardaría en llegar al fondo.