LA
ALCOBA
En el mismo portal encontró
sitio para aparcar. No le había pillado ni el atasco de la rotonda ni el
semáforo de siempre ni la salida del colegio. Subió en ascensor a casa y entró
en la habitación.
En la mesilla vio dos copas
medio vacías junto a una botella de champán. Sobre las sábanas revueltas
jadeaba Manoli en cueros, totalmente colorada y con las piernas abiertas. La
miró unos segundos y desató los pantis que la sujetaban a las patas de la cama.
―Hoy no,
me duele la cabeza ―se
excusó, bajando la persiana y recostándose―,
necesito descansar.
Tuvo que esperarse Basilio
hasta oír sus ronquidos para salir del armario cerrado.