CUM LAUDE
Para la orla eligió una moldura sencilla. De color cerezo, lisa y sin
adornos. Siempre le había parecido un despropósito eso de enmarcar los cuadros
de los museos entre relieves churriguerescos, opinaba que era distraer la
atención de lo realmente importante.
Su título universitario, aunque lleno de sobresalientes, no era un Goya,
claro. Pero le hizo muchísima ilusión verlo, por fin, en la pared de una
oficina, junto al diploma del Colegio
Oficial de Abogados. Tan contento estaba que ni siquiera le molestó
que el despacho fuese diminuto, que diera a un patio interior, ni que fueran
a declarar el edificio
en ruinas. Siempre se podría tapar el ventano con un vinilo o poner un
ambientador de agua de
jazmín para mitigar el olor a repollo hervido o el tufillo de las tuberías. Un
apaño, una cosa provisional. «Los inicios siempre son duros», intentaba
animarle su padre cuando le veía regresar de noche enojado y abatido.
Y tanto
que sí, suspiraba él a dos días de que acabaran sus prácticas en aquella
gestoría, mientras colocaba en una huevera, a modo de bandeja, los vasos de la
máquina de café: un expresso para el de fiscal y dos cortados
y un capuccino para los de las nóminas.