DÓNDE
VAS TRISTE DE TI
Dolores, mi faro, un sol en este charco de
alcohol, la melodía del silencio que me atenaza cuando despierto por las tardes
con la cabeza dándome vueltas en la cama. ¿Cómo podría respirar si no supiese
que cada noche, acodada en la barra, agitando el hielo de tu vaso de whisky,
tarareas las canciones que arranco a mi guitarra? Los demás no escuchan, no
miran. Solo les preocupa tener sus copas llenas, echarse el humo de los
cigarrillos en la cara, celebrar bromas idiotas y emborrachar a alguna amiga para
conseguir una mamada floja en el baño y correrse en su cara, pensando en la
cerveza que dejaron en la barra.
Dolores, Lola. No me
recuerdas, ¿verdad? No sé qué fue de tu vida, me dijeron que mal. Sé que cada
noche contemplas desde un taburete a este viejo músico aporreando su
instrumento. Hasta que a las diez aparece el encargado del tugurio, te quita la
copa, te coge de un brazo y te empuja a la calle, dejándome como un náufrago
sobre el escenario.