domingo, 22 de marzo de 2020

Cinco segundos


CINCO SEGUNDOS 

Nunca había sentido antes ese hormigueo que me erizaba la nuca y subía hasta mis orejas, haciendo que me ardiera toda la cara y me palpitara la sien. Tampoco sabía lo que era el vértigo, hasta que noté que el suelo bajo mis pies se desmoronaba.
Y eso que estábamos sentados. En el banquillo, Marcos y yo. Él sudaba congestionado, yo no podía ni respirar. Nos jugábamos la liga y en las gradas un público enfervorizado animaba con cánticos y aplausos. El marcador era favorable al equipo contrario, 91 a 93, y solo faltaban cinco segundos para el final. 
Entonces uno de los nuestros atrapó la pelota, se giró ciento ochenta grados y la lanzó sin pensar, encestándola desde el otro campo. Canasta de tres. El estadio estalló en un clamor, comenzó a llover confeti y el banquillo entero saltó a la cancha, dando botes, gritando. Algunos hasta lloraban.
Pero yo no me moví. Ajeno al ruido y a las imágenes de la celebración, que percibía desenfocadas, me quedé allí, como flotando, añorando ya el roce de nuestros dedos entrelazados.