domingo, 22 de marzo de 2020

La zambullida


LA ZAMBULLIDA


Una traidora, como las otras. Unas ingratas es lo que son. ¿Acaso se merece el pobre Sherman tamaño desprecio? Siempre que las encuentra entre sus redes, enganchadas a un anzuelo o mordidas por un tiburón, cura sus heridas, jabona sus cuerpos y las conforta en sus febriles sueños. Al principio ¡qué falsas! le juran amor eterno. Pero bien poco les duran sus camelos.
Hoy, al levantarse, ve en cubierta un rastro de agua que conduce hasta su lecho. De puntillas se acerca, la contempla. ¡Qué hermosa está sonriendo! Tiene las mejillas arrobadas, le chorrea el cabello. Pero ¡oh, cielos! En sus pechos, hombros y cuello multitud de círculos rojos de ventosas, y un hilillo de tinta brillante que mana de su boca. De cintura para abajo… ¡ay, mejor que no la destape, que no lo vea!
Entonces la agarra de la cola y sordo a sus súplicas y arrepentimientos la arrastra fuera del camarote. Agarra un cuchillo atunero y ¡zas! la parte por la mitad. «No volveré a dejarme encandilar por ese canto hipnótico», se engaña Sherman, cogiéndola de los pelos y arrojando el tronco al océano, bien lejos.
El resto lo guarda en la bodega. Para caldo.