EL BÚNKER
Ahora que
nadie las pisotea ni las matan a escobazos ni pulverizan con espray, andan las
cucarachas de lo más distendidas por los pasillos y oficinas de la Casa Blanca.
Desde las puertas acristaladas del Despacho Oval se entretienen mirando a sus
parientes, los escarabajos peloteros, que escarban galerías en el jardín y
salen a veces con papelitos de debajo del rosal.
«SOS, ayúdennos, la puerta está bloqueada»,
y cosas así decían los primeros mensajes, tres años atrás. Hace pocos meses un superviviente
escribía, desquiciado: «Han muerto todos,
solo quedo yo, apenas quedan provisiones ni agua, ¡sáquenme de aquí!». «Si hay alguien por ahí, por favor, no estás
solo» ponía en el último folio, entre otras incoherencias, escrito, sin
duda, por un perturbado mental.
Pero a los
escarabajos ese calvario ni les viene ni les va. Lo suyo es hacer túneles en la
tierra, salir y volver a entrar.