JAMÁS
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Siempre tuvo Pancho vista para
los negocios, por eso no tardó en convencerme para alquilarle el chamizo donde
guardaba mi difunto abuelo el bote y las cañas. No tenía ventanas ni techo,
pero insistió en que lo acondicionaría y en pagarme, de momento, trescientos
euros más gastos. Después iríamos viendo.
Aluciné cuando me avisó para
la apertura. ¡Una floristería había montado en un pueblucho de apenas veinte
casas! Lo que yo ignoraba es que cada día había enterramientos de emigrantes sin nombre ahogados en el Estrecho y
que algún alma piadosa, nunca supimos quién, encargaba para sus tumbas ramos de
crisantemos.