martes, 14 de junio de 2022

Boletín de noticias

BOLETÍN DE NOTICIAS

Salvo cuando hay cortes de electricidad y para soportar el silencio que les rodea, el televisor de los Petrov está siempre encendido. Cada cincuenta minutos irrumpe en todos los canales un militar dando el parte de guerra y se llena la pantalla de imágenes tremendas: autobuses incendiados, hospitales sin ventanas, niños con vendas en la cabeza, muertos en las aceras.

En la despensa de los dos ancianos aún quedan arenques en conserva y mermelada de grosella. Resistirán, dicen, hasta que acabe la contienda. Mientras, se turnan con el mando a distancia para no ver los informativos, para no morir de pena.

En la Toscana

EN LA TOSCANA

Las manchas de tomate en el mantel de hilo se quitan vaya, algo tienes que frotar, pero las de vino son más complicadas. Por eso hay que dejarlo toda la noche a remojo en una palangana, con agua caliente y polvos de oxígeno activo, que ayudan a eliminarlas. A veces, cuando lo vas a tender, te das cuenta de que aún queda el cerquillo y hala, a repetir todo el proceso desde el principio: frotar, remojo, lavar y colgar para secar.

Y esto a otra persona le da igual, hay sirvientas que hacen su trabajo, terminan la jornada, luego dan las buenas noches y se van a la cama, sin que se les ocurran cosas raras. Pero Antonella no es una mujer muy equilibrada que digamos y cada día está más y más enojada, se enfurruña ella sola, porque nadie la escucha en esa casa. Ella propone poner manteles de papel, comer sopa, salmonetes al horno, patatas guisadas, y beber agua. Pero los Lombardi que no y que no, que quieren la mantelería fina, y el vino Chianti, faltaría más, y espaguetis a la boloñesa, para comer y cenar, y a la pobre Antonella la tienen tan rabiosa que por su cabeza están empezando a circular ideas descabelladas. Y no vamos a adelantar acontecimientos, que seguro que es un pronto y se le pasa, pero hoy se ha puesto a buscar en Internet cómo se hacen desaparecer las manchas de sangre en una colada.

Cinema

CINEMA

Cada año, la mañana de Navidad, conducía nuestro padre hasta el pueblo para traer a la tía Fuencisla. La llamábamos «tía y pico», porque era hermana o prima o pariente lejana de una bisabuela de mi madre. Realmente, nadie de la familia conocía su verdadera filiación, pero ya era tradición que por Navidad se sentase siempre a nuestra mesa.

Para la ocasión, la peluquera de su residencia le quitaba las horquillas del moño, le echaba un champú para dar volumen y le secaba el pelo al aire, para que quedase más suelto. Después en casa, había que tirar de ella para que dejara de mirarse en el espejo de la entrada. Se la veía feliz con su pelambrera morada y gris, aunque a mí me recordase a un león. Como además estaba media sorda y tenía un buen vozarrón, cada vez que abría la boca para pedir otro langostino o más moscatel, sonaba como un auténtico rugido y me parecía que temblaban las paredes y se movían las cortinas del comedor.

Recuerdo que al principio le tenía un poco de miedo. Pero después de los postres, mi hermano mayor me llevaba al sofá del salón y se sentaba entre ella y yo, y mientras seguía comiendo mazapán y turrón y bebiendo alguna copita más de aquel vino dulce tan cabezón, no paraba de contarnos unas historias entretenidísimas que escuchábamos con la boca abierta. Y después, justo antes de quedarse roque, siempre nos daba un billete de cien pesetas, con la condición de que nos lo gastásemos esa misma tarde en ir al cine a ver una película «de esas americanas en color».

Juegos de niños

JUEGOS DE NIÑOS

Le había prometido Mirta al hijo el regalo que quisiera si aprobaba el curso, convencida de que suspendería. Por eso se le puso esa cara de incredulidad y alegría cuando el niño, que no abría un libro ni de casualidad y estaba todo el día en la calle con los pandilleros, pasándose el balón, oyendo rap o fumando, que aunque él lo negaba ella no era tonta, que le olía el aliento, trajo las notas a casa: todo cincos pelados, pero el año que viene iría al instituto.

Pensaba que le pediría un patinete eléctrico, las zapatillas Air Jordan o un videojuego, pero cuando escuchó lo que quería se le ensombreció el semblante.

El juego de investigador forense o una cartuchera con revólver.

Lo que me faltaba, pensó, mi hijo de bandolero con un arma por el barrio. El dilema estaba entre elegir tener al niño husmeando por el piso en busca de ADN, rascando con el palito el sofá, el mando a distancia, las dos copas de vino de la noche anterior, recogiendo pelos de su almohada, de la toalla de la ducha, sacando sus bragas de la lavadora para recoger restos orgánicos y dibujando el retrato robot de su amigo Antón cada vez que venía a verla, arriesgándose a que se fuese de la lengua cuando el padre volviese el viernes por la noche con el camión… o las dichosas pistolas.

Y eligió, aun sabiendo lo que opinaban las otras madres de los juguetes bélicos.

 

Los últimos atlantes

 LOS ÚLTIMOS ATLANTES

Mientras tensaban las velas de las dos naves que aún flotaban y se proveían de manzanas, tiras secas de anguila, agua dulce, además de herramientas, planos y manuales de construcción, los únicos supervivientes presenciaban, a través de una nube de ceniza, cómo un río de lava incandescente engullía su isla. Todo el esplendor de una civilización levantada sobre aquella tierra fértil, protegida por dioses esculpidos en oro en templos que rozaban el cielo, se hundía en el océano.

Les llegaba el agua por el pecho cuando, entre lágrimas, se despidieron. Uno partiría hacia Egipto, el otro llegaría a la costa de México.

Malvas y blancas

MALVAS Y BLANCAS

Sale el sol aligerando de rocío las telarañas y despertando los aromas del campo: limón, lavanda, tierra mojada, estiércol fresco de vaca. Se oyen ladridos, ruido de tractores, el trino de aves alborotadas.

De estos sonidos y olores, Hanna no percibe nada. Cada mañana disimula los pinchazos en el pecho para no preocupar a sus compañeras del albergue, que intentan animarla charlando con ella, sacándola a pasear. Llega después la traductora y les enseña en español el nombre de algunas plantas: hortensias, margaritas, lirios, jaras.

Pero su mente está en su balcón, a miles de kilómetros de distancia. Allí tras el verano no sobrevivían ni azaleas ni camelias ni nada; se amustiaban en cuanto se debilitaban los rayos de sol. Además era tan pequeño que apenas cabían cuatro macetas, el tendal y la silla donde se sentaba Viktor a fumar. Siente otra punzada en el alma al recordar cómo le reñía cuando se encendía un cigarrillo, ¿no tragas bastante humo en la fábrica?, solía decirle, mientras le quitaba el paquete enfadada.

Hanna escucha esas palabras extrañas y reza en voz baja. Solo pide que su corazón resista, para poder regresar y depositar una corona de flores en su tumba improvisada.

 

 

Encantamiento

ENCANTAMIENTO

Le pareció mágica su luna de miel rural: el murmullo del arroyo acompañado del coro de ninfas y hadas, los cientos de cometas que surcaban un cielo de purpurina malva y, por supuesto, las caricias y el revuelo de sábanas en el colchón de agua.

Cuando los días de ensueño terminaron, ya todo le molestaba: el canto del gallo de madrugada, oír a cada hora las campanadas, las arañas dentro de la habitación, las vacas llenas de boñiga pegada…

Más adelante se enteraría de que aquello era lo normal; en un segundo se rompe el hechizo y pasas de novia a casada.

Sapiens

SAPIENS

Andan últimamente apáticas las musas, sin ánimo de acompañar al artista en sus momentos de éxtasis creador. Muchas no se levantan hasta después del mediodía y se pasan la tarde bostezando, deseando volverse al jergón.

Las que alumbraron aquellos cazadores abatiendo bisontes en las cuevas prehistóricas temen la ira de los animalistas; las del David desnudo, las bacanales renacentistas, la Lolita de Nabokov, causan indignación entre el sector más conservador; las de los cuentos infantiles como La Bella Durmiente o Caperucita son acusadas de tóxicas y sexistas; y las que inspiran las canciones de reguetón y desamor han sido condenadas a la hoguera y amordazadas en un rincón.

Una de las que aún resisten se presentó hace poco ante un escritor. Pero cuando este se bloqueó con un párrafo donde una puta negra de tetas flácidas era brutalmente sodomizada en un callejón del Bronx, la musa hizo ¡Plof! y desapareció.