LOS ÚLTIMOS ATLANTES
Mientras tensaban las velas de las dos naves
que aún flotaban y se proveían de manzanas, tiras secas de anguila, agua dulce,
además de herramientas, planos y manuales de construcción, los únicos
supervivientes presenciaban, a través de una nube de ceniza, cómo un río de
lava incandescente engullía su isla. Todo el esplendor de una civilización
levantada sobre aquella tierra fértil, protegida por dioses esculpidos en oro en
templos que rozaban el cielo, se hundía en el océano.
Les llegaba el agua por el pecho cuando, entre
lágrimas, se despidieron. Uno partiría hacia Egipto, el otro llegaría a la
costa de México.