PEREGRINACIÓN
No pudo encontrar la paz la
duquesa ni en la cola para venerar las reliquias de la Santa, y eso que se
había esforzado. Pero le daba muchísimo bajón ver gente sin piernas, brazos o
manos, y su mirada vagaba de las vidrieras a las inscripciones de las lápidas
del suelo y otra vez hacia arriba. Todo menos ver tanta miseria. Pero lo que le
hizo marcharse por donde llegó fueron los latigazos que se daba en la espalda
desnuda un señor calvo con gafas que tenía delante.
«La media hora más horrorosa de
mi vida»,
pensó, muy acalorada, pisando al escapar del templo cinco tulipanes púrpuras.