LA
CONCIENCIA
Hasta sus padres le decían que no estudiara tanto,
que saliera a divertirse. Anda que no lo intenté yo veces. «Venga», le insistía,
«vete de
parranda, que tu novia de toda la vida, la carrera, el máster, las oposiciones
a judicatura, ¡todo puede esperar! No tengas tanta prisa por la boda, el deportivo,
el chalé con piscina y la caseta del perro». Pero ni caso me hizo. Antes de los
treinta había alcanzado sus metas y al poco de casarse nació su hijo. Un niño
precioso, una ricura de bebé.
El colmo de la felicidad se
respiraba en aquel hogar hasta que una mañana de verano el Husky, cazando una
mariposa, empujó al crío al agua. Todo moradito lo sacaron. Y el perro,
moviendo el rabo.
Si me hubiese escuchado aún estaría
en casa de sus padres, a la sopa boba, sacudiéndose la última resaca y soñando
con un descapotable. Pero mírale, hecho una piltrafa. Le he convencido para
encerrarse en el baño y ha cogido del botiquín las pastillas de dormir. Una a
una se las ha tragado todas y ahora, detrás del niño y la mariposa, estamos
atravesando el túnel hacia la luz que parpadea al final.