SOLEDAD
Dejaron de ir al pueblo a
visitarla el día que les gritó que no volvieran más por allí. Se enfadó mucho
su hijo, pero la rabieta de Sole era por la manía que le había cogido a su
nuera, Flavia. Todo el tiempo quejándose del olor a chimenea, pasando el dedo
por las baldas, chillando por una araña en la pared o protestando porque el
rumor del río la despertaba.
Vivía sola desde que enviudó.
El día en que enterraron a Julián sintió como si las paladas de tierra mojada
fueran cayendo pesadamente sobre su cabeza. Pero ¿a quién confiar tanta
tristeza, tanto desamparo? ¿A las vecinas, a la del colmado, al sacristán?
Fueron pasando los años y tan
distanciada estaba de todo que solo sus gatos supieron lo del bulto que se le
iba endureciendo tan cerca del alma.