OLVIDO
Se pasó todo el trayecto con la
nariz pegada a la ventanilla, mirando el paisaje con mucho interés. Como si
fuese la primera vez. De cuando en cuando señalaba con el dedo una bicicleta
apoyada en una verja o unos terneros que pastaban. Movía entonces los labios intentando
articular una palabra que no le llegaba a salir.
―Jatos,
papá ―le
ayudaba yo―. Como los que teníamos en casa.
Entonces me miraba con
curiosidad, sonreía y volvía a girar la cabeza hacia el cristal.
Cuando el horizonte comenzó a
cubrirse de bloques de viviendas y el verde de los prados se volvió gris me
apretó con fuerza la mano.
―Estaremos
bien, Lola, ya lo verás.
Y no pude más que abrazarle
para que no me viese llorar, para intentar quitarme aquel nudo que me impedía
respirar, para no explicarle que yo era Laura y que acabábamos de enterrar a
mamá.