EL PROTECTOR
Nos repartía ceras desgastadas de color verde, rojo, amarillo y azul, y nos decía: «Niños, hoy vamos a colorear el mapa. Al parque de atracciones iremos mañana».
Así conseguía
aquel hombre desviar nuestra atención del muro de ladrillo coronado por una
alambrada. O: «¡Fijaos, alguien recibirá esta noche la visita del Ratoncito
Pérez!», aplaudía cuando atravesaba el campamento alguna rata. Siempre andaba inventándose
cosas, siempre con una sonrisa en la cara.
Algunos le chillaban
que se callase, que no nos molestara. Pero a mí me fascinaba aquel desconocido
que aseguraba oír, más allá de sollozos y lamentos, el trino del petirrojo y el
crujido de las ramas; o distinguir, a través de la nube de pólvora que cubría
el cielo, la noche estrellada.
Una tarde de
tormenta se desbordó el pozo negro y las aguas fecales inundaron el barracón.
Entonces me acurruqué en la litera, cerré fuerte los ojos y, concentrándome
mucho, pude percibir el olor a tierra mojada.