domingo, 22 de marzo de 2020

La venda


LA VENDA

«Vaya suerte la mía», pensó Andrés mientras echaba el freno de mano. Había aparcado en el mismísimo portal de casa. ¿Cuántas veces le había ocurrido antes, y menos a esas horas de la tarde? Además ni le había pillado el embotellamiento de la rotonda ni la salida del colegio ni el semáforo de siempre.
Subió hasta su piso y abrió la puerta. «Ya llegueeé», voceó a la pared mientras ponía el maletín en el taquillón y colgaba en el perchero el abrigo. Después fue al dormitorio, donde le pareció oír unos ruidos.
En la mesilla vio dos copas medio vacías junto a una botella de albariño. Sobre las sábanas revueltas jadeaba Lola, en cueros, totalmente congestionada y con el rímel corrido. Llevaba unos ligueros rojos que no reconoció y tenía las piernas abiertas en uve. La observó en silencio, unos segundos, hasta que se agachó a desatar los pantis que la sujetaban a las patas de la cama.
Hoy no se excusó, bajando la persiana y recostándose, me duele la cabeza. No veas qué día más malo he tenido.
Tardó una eternidad en quedarse dormido. O eso le pareció a Tomás, a quien la espera se le hizo larguísima, ahí desnudo dentro del armario, sin atreverse a salir hasta oír sus ronquidos.