MUERTE
DULCE
Habían llegado haciendo eses a
la cama y no llevaban ni media hora roncando cuando su hermano ―y
anfitrión― se puso a levantar persianas. Los destapó y como
tampoco reaccionaban les echó encima sendas jarras de agua.
―¡Arriba,
gandules, esto no es un hotel!
Decidió mandarlos fuera. Uno a
por higos, otro a por algarrobas. Ya que solo sabían construir casitas de
troncos y paja, a ver si al menos aprendían un oficio y se largaban.
―De
paso despejan la resaca ―pensó mientras recogía del
suelo una botella de tequila y un mocasín―, que
anoche debió ser gorda.
Estaba pelando bellotas para
el almuerzo cuando notó que las paredes de ladrillo temblaban. Entonces oyó un
crujido y tuvo suerte de salir antes de que se derrumbaran.
Más tarde, bajo los escombros
de la despensa, encontró sus dos cadáveres. Aún olían a alcohol y del morro les
salía compota de manzana.