HORA PUNTA
Acercándose un poquito más al
borde del barranco donde se esconde el monstruo terminó siendo arrastrado hacia
abajo por una fuerza descomunal. Engullido por la bestia, buscó un espacio en
aquel vientre inmundo y trató de mantenerse en calma. Lo importante ahora era
resistir, intentar no morir espachurrado y respirar. Con la mano que no
sujetaba el maletín, se aflojó la corbata. Aguanta, ya falta menos, se decía
medio desmayado.
Cuarenta minutos más tarde, la
boa de hierro vomitó parte de su carga en la estación de Shinjuku. Miró el
reloj, se sacudió la chaqueta arrugada y corrió hacia la superficie subiendo
los escalones de tres en tres.