domingo, 22 de marzo de 2020

Familia


FAMILIA
  
Era deprimente ver cómo aquel barbudo, indolente y legañoso y que le apestaban los pies, se había comido a su nene chiquitín, a su pequeño Nacho, tan rubito y lindo y risueño y obediente.
Aquel verano Nacho, en plena pubertad, no asomaba por casa ni para ducharse. Solo salía de su habitación ojeroso y gruñendo para coger la paga, y después desaparecía hasta dentro de dos días, cuando se le gastaba la pasta. Y cuando volvía oliendo a alcohol no daba ni un beso y dejaba toda la ropa sucia tirada por el suelo.
Algo había que hacer. Y lo harían, eso fijo. A no mucho tardar luego, después de la playa, que qué bien se está aquí, jugando a las palas, tomando el sol en la toalla, tomando sangría en el chiringuito, y luego la paella con los amigos y la siesta…
Ea, ya está. Después de la siesta hablarían con Nacho. O quizá, mejor, mañana.