CONTINUARÁ…
Al ver a la princesa saltando desde el torreón más alto, el cocinero real dio orden a los criados de suspender los preparativos para el banquete. Tiraron al foso el agua que hervía en los peroles, dejaron de picar cebollas y las perdices fueron devueltas a sus pajareras.
Entonces el populacho, decepcionado por
quedarse sin boda, empezó con sus dimes y diretes, pero era tal el guirigay que
armaban las aves que ni se les oía. Las desplumadas trinaban retorcidas de
dolor, las escaldadas emitían sus últimos graznidos y solo las suertudas que
habían salido ilesas piaban con alivio.