domingo, 22 de marzo de 2020

Silencios


SILENCIOS

Al asomarse al agujero, se le tiñe la mente con el rojo de la mercromina que ella ponía en sus rodillas despellejadas y evoca sus besos y soplidos en las costras, para que no le picaran. Uno tras otro, los delantales de mamá fueron su refugio durante toda su infancia, cada vez que volvía magullado de jugar en la plaza.
El olor a leña, donde cocinaba galletas, guisos de cuchara, buñuelos o tartas de manzana, le calmaba. Ella iba y venía cantarina por la casa, cercana, trajinando en la cocina, haciendo las camas o la colada. Siempre dispuesta para atenderle, con un pañuelo arrugado metido en la manga, para enjugar las lágrimas de aquel hijo esmirriado, enteco y triste, que apenas hablaba.
Una hilera de imágenes y recuerdos de la única persona que le amó, y todos los «te quiero» y «gracias» que nunca pronunció, ni de niño ni mientras anoche acariciaba sus canas, se diluyen ahora junto a las lágrimas que resbalan por su cara, mientras ve cómo cada palada de tierra va cubriendo la caja.