AGENTE SECRETO
Mientras firmaba
en la Feria del Libro mi última entrega de la detective Constanza, mi alter
ego, le vi. Estaba en la cola, lanzando miradas hostiles en derredor. Llevaba
una trenza canosa engominada, sombrero de fieltro, los cuellos del gabán
subidos y gafas de pasta azul. Tenía pinta de sospechoso, con aquella cicatriz
en el mentón, y noté que me ponía nerviosa y empezaba a temblarme el pulso.
¿Sería un revólver el bulto aquel del bolsillo?
Cuando le llegó
el turno y le tuve con la novela entre las manos frente a mí, levanté un
instante la vista. Apestaba a pachuli y le asomaban unos pelillos por la nariz.
Abrió la tapa y me pidió que le de-de-dedicase
el libro a su ma-ma-madre, Angus-gus-gus-tias Gil. Me pareció un tipo de lo más
anodino y gris.
Estoy valorando
seriamente dejar a un lado, al menos de momento, a la detective Constanza. Es
agotador esto de ver indicios y pistas y asesinos por todos lados. Quizás me
atreva con la poesía o quizás con un cuento infantil.