EL MISMO MAR
Aunque llevaba
pocos meses viviendo con su madre en aquel país y aún no conocía todas las
palabras de su idioma, a Yasira le resultaba fácil dejarse contagiar por el
entusiasmo de Ingrid, su mejor amiga, en todo lo que hacían juntas, ya fuera
lanzarse bolas de nieve en el recreo, aprender a tocar la flauta y el violín, o
repasar los mapas con sus lagos y fiordos y montañas nevadas.
Aquella mañana, en el aula de ciencias, Ingrid le acercó una caracola a la
oreja. Decía que se podía oír el canto de las ballenas, el oleaje batiendo contra
los acantilados, el ataque de las orcas a los bancos de arenques y hasta el
burbujeo de los navíos vikingos hundidos en el fondo del mar.
Pero a Yasira se le llenaron los ojos de lágrimas al escuchar el silbido de los obuses sobre su cabeza en aquella playa lejana, el ulular de sirenas y alarmas, el llanto silencioso de su madre en la lancha, el claclacla del motor averiado y el estruendo de la ola que arrastró a su padre, para siempre, después de que le abrochara el chaleco salvavidas naranja.
Pero a Yasira se le llenaron los ojos de lágrimas al escuchar el silbido de los obuses sobre su cabeza en aquella playa lejana, el ulular de sirenas y alarmas, el llanto silencioso de su madre en la lancha, el claclacla del motor averiado y el estruendo de la ola que arrastró a su padre, para siempre, después de que le abrochara el chaleco salvavidas naranja.