LA
CARACOLA
Entre las
risotadas y gritos de mis vecinos de toalla, que no paraban de beber cerveza, y
el reguetón que ponían a los jubilados para bailar, tenía la cabeza como un
bombo, así que decidí dar un paseo por la orilla.
Medio
enterrada en la arena encontré una caracola. Al acercármela a la oreja pude
escuchar el rumor del océano y el estruendo de las olas contra el arrecife de
coral; la danza de algas y anémonas con las corrientes del fondo; el repiqueteo
de las langostas en pleno cortejo nupcial; el burbujeo de galeones hundidos y
hasta el lamento de algún ahogado.
Entonces sonó
un arpa y a continuación el canto de una sirena. Era una voz cursi, chillona y
estridente. Muy molesta y desagradable. Así que la lancé bien lejos y me fui al
chiringuito.
Al tercer
mojito ya me parecía hasta bien la música de pachanga.