LA
CHACHA
Para qué demonios se cogerá
Rafaela los domingos libres, con lo que se aburre con el novio y encima, los
lunes, a enfrentarse al doble de tarea. Además el sábado anterior habían
representado un belén viviente en el colegio, Andresín había ido de angelito y
estaba toda la moqueta llena de guata, pelusilla y plumas. Mientras pasaba el
aspirador por el cuarto del niño, vio las alas del disfraz apoyadas en la
pared. «Abultan el doble que el chiquillo», pensó mientras se ajustaba
inconscientemente el arnés y se abrochaba las hebillas sobre el delantal.
Entonces se elevó unos
centímetros del suelo y se sintió tan a gusto, tan liviana —ella que no andaba
lejos de los ochenta kilos—, que se despojó de guantes y cofia, aleteó un rato
por la habitación, recorrió volando el pasillo, bajó planeando las escaleras, volvió
a subir dando volteretas sobre sí misma y se asomó a un balcón. Sacó hasta
medio cuerpo fuera. Solo medio, porque casi se desmaya del vértigo que le entró
y, muy pálida, dejó las alas en su sitio y siguió con el aspirador.