viernes, 15 de junio de 2012

Mil cuentos

MIL CUENTOS

Dado que ni los propios ciudadanos parecían percatarse del alcance de las nuevas medidas adoptadas por el consejo de jerarcas, un grupo de inconformistas, indignados con el estado de las cosas, ideó un plan para hacer entender a la plebe el abuso a que estaba siendo sometida y, lo que era más grave, las consecuencias que se avecinaban.
Así, inocularon en el acervo popular mil cuentos para explicar el panorama y sacudir la conciencia de un populacho tan pasota.
Proverbios, sentencias, tonadas,… comenzaron a oírse y divulgarse: «la gallina de los huevos de oro», «el cuento de la lechera», «no vendas la piel del oso antes de cazarlo», «poderoso caballero es don dinero», «quítate tú para ponerme yo», «las gallinas que entran por las que salen», «mismo perro con distinto collar», «a buen hambre no hay pan duro»… pero nada; seguían impasibles, asistiendo a las arengas de los provocadores como vaca al tren.
Entonces, algunos insurgentes empezaron a ganar adeptos y antes de que la fiebre se extendiera y descontrolara, las autoridades inventaron el fútbol y la tele.
Y parece que hasta ahora el cuento no les ha ido nada mal, la verdad.

jueves, 14 de junio de 2012

La hucha

LA HUCHA

—Por lo que más quieras lávate bien esas manos antes de acostarte —insiste Ángela, autoritaria
La reprimenda se la lleva Luis, porque Mariano se ha escondido en algún armario y hace rato que andan buscándole. «¿Por qué siempre te-te-tengo que pagar yo los platos rotos?», se pregunta el menor de los dos hermanos. «Bueno, que la Nanny diga lo que q-q-quiera, mientras no me deje sin postre… ¡Qué exigente, la go-go-gorda esta! Cuando termine la cena iré a esco-co-conder mi cerdito, que luego vienen a jugar Rodrigo, José Ignacio y la prima y siempre terminan metiendo un cu-cu-cuchillo por la ranura, se c-c-creen que no me entero, pero soy mucho más listo que ellos ¡ja!».

Un banco en el parque

UN BANCO EN EL PARQUE

Por las tardes, después de echarse la siesta, Roque se despide de su hija y sale a dar un paseo por el barrio. Camina con la ayuda de un bastón, los años no pasan en balde y la artrosis le dificulta mucho sus movimientos. Tras recorrer la pequeña distancia que separa su casa del parque, se sienta a descansar en el mismo banco de todos los días. Tiene suerte, siempre lo encuentra vacío porque las palomas han hecho de esta zona su territorio, y sus excrementos salpican el mobiliario urbano y alrededores. A Roque esto no le supone ningún problema, más bien al contrario. Prefiere estar algo alejado de la zona infantil de juegos, que ya alguna vez se ha llevado un pelotazo. Además le aturde un poco el griterío de los niños y las mamás: «Jessica, ¡que no empujes el columpio de tu hermano tan fuerte!»; «Te he dicho mil veces, Alejandro, que ese tobogán es para los mayores, mira que eres bruto»…
Para mantenerse ocupado hasta la hora de la cena, se suele llevar una bolsa de plástico llena de miguitas de pan que va repartiendo a las aves en minúsculas dosis. Algunas veces, como hoy, le gusta cerrar los ojos y sentir los picotazos de las palomas intentando robarle la bolsa, pero él la agarra con firmeza y hasta ahora nunca han conseguido su trofeo, las muy ladinas. A Roque esta pequeña lucha en la que siempre sale triunfante le resulta de lo más grata: algo de fuerza aún le queda en sus agarrotadas manos y lo percibe como la última batalla que puede ganarle a la vida. Con una sonrisa victoriosa en su rostro arrugado, sin darse cuenta, se queda dormido.
Las horas pasan y el parque se va quedando vacío: ha caído la noche. Dos jóvenes enamorados caminan de la mano y se adentran en la oscuridad que brindan los árboles, apremiados por su deseo de intimidad. En un banco del fondo divisan a Roque recostado. Al acercarse un poco más, examinan curiosos al anciano: en una mano sostiene un bastón, en la otra lo que queda de una bolsa medio rota y vacía. Las gafas han resbalado de sus orejas y le cuelgan torcidas de la nariz. Cualquier observador advertiría que el tránsito le ha sorprendido durante el sueño.
Nunca habrían llegado a imaginar que la muerte se reflejara con tanta paz en un rostro.

jueves, 7 de junio de 2012

Mala hierba

MALA HIERBA

En el otoño de mi existencia una semilla prendió en mi adorado pero estéril jardín. Después de años de atenciones y cuidados había perdido la esperanza de que un brote de vida iluminara esta tierra silenciosa; zarzas y matorrales habían ido avanzando sin compasión, arruinando todos mis desvelos.
Una tarde de mayo, con el arcoíris en su mirada y el descaro en sus labios, me reveló algo acerca de un retoño en ciernes, de un nuevo jardinero… La  espesa maleza que enredaba mi mente me impidió seguir escuchando; mi alma marchita, llena de espinas y amargura, solo pudo percibir el eco de risas imaginadas.
Con la misma pasión con que regaron y abonaron, mis manos han arrancado el problema de raíz y cubierto de baldosas el terreno. Han pasado los meses y para mi sorpresa los tallos que germinaron entre las juntas han comenzado a criar cientos de florecillas malvas.

martes, 5 de junio de 2012

Juguetes

JUGUETES

Desde que mi hermano Jesús, un año menor que yo, hizo la Primera Comunión, mi muñeca Nancy princesa había perdido todo protagonismo. Le habían regalado un Geyperman (muñeco de combate) con un carro de guerra, y por mucho que nos empeñáramos en llevarles juntos a todas partes, era evidente que no podía ser. El muñeco en cuestión, vestido de camuflaje y con la cara tiznada de negro (esto último se conseguía restregándole con un palito quemado) y pertrechado con granadas y metralletas, no sintonizaba con mi muñeca, que encima le sacaba unos cuantos centímetros de altura. Nos divertía provocar accidentes con el “Barriguitas” (muñeco tripudo, más pequeño), pero cuando acudía la Nancy a socorrerle, se notaba mucho que parecía que venía de fiesta y no de las trincheras.
Así que aproveché la siguiente tanda de regalos, o sea, los Reyes Magos, para renovar su vestuario. Ojeé un catálogo de juguetes y tras largas deliberaciones escogí un par de conjuntos de lo más apropiados para nuestros juegos. Uno era de soldado, por supuesto, pero en plan muy femenino: faldita corta, escote, gafas de sol... El otro era un conjunto de enfermera, seguramente debido a que había una prole de muñequitos más pequeños a los que fijo que sometíamos a todo tipo de calamidades.
Total, que llegado el día de marras, el día más ansiado por todos, buuuf, vaya decepción. Nuestra madre, tan práctica ella, había optado por agasajarnos con lo que le pareció más apropiado. Me pregunto si se habría molestado en leer la carta siquiera. Ella dice que, como éramos tantos, no se acuerda, vaya cara. Y sí, sí que la había leído, pero la había interpretado a su manera: en lugar del uniforme de soldado de batalla que yo había elegido, y las jeringuillas y maletín y cofia para mi Nancy enfermera, al abrir la caja (arrugada y mal pegado el celo, como muy de andar por casa), me encontré con un vestido de tirantes con rayitas amarillas que me recordó sospechosamente a la blusa que llevaba la hija de nuestra niñera un día que vino de visita; eso sí, con bolso y gorrito a juego.
Después de la llorera y del interrogatorio al que sometí a mi madre, y pasado el mal trago, mi hermano y yo comentamos que habría que suavizar el tono de nuestros juegos para adaptarlo a la nueva realidad.
Pero creo que no seguimos el plan.

sábado, 2 de junio de 2012

Antojos

ANTOJOS

«Además, el pollo rebozado siempre humea demasiado», repetía siempre su marido cuando se colaba en su territorio de ollas y sartenes.
Aún no ha amanecido y Belinda se viste a toda prisa. Recuerda con tristeza las manías culinarias que tanto le hartaban de toda la familia: los pequeños no querían ni oír hablar de la verdura, el abuelo detestaba el olor a pescado, la hija adolescente siempre estaba a régimen y el mayor se había vuelto vegetariano.
Si se apura y con algo de suerte, hoy conseguirá un buen puesto en la fila para canjear los bonos semanales por unos mendrugos de pan y un paquete de arroz.

Mujer fatal

MUJER FATAL

Teresa ensaya una mirada de insinuación mientras observa complacida el reflejo de su imagen en el espejo del ascensor. No puede presumir de cuerpazo, para qué nos vamos a engañar, pero sabe sacar partido de sus atributos más femeninos. Hoy estrena un vestido bien ajustado a su figura, con un escote por el que sobresalen unos pechos dignos de admiración. Sus facciones no son armónicas y a sus cincuenta años la piel ha perdido lozanía, por eso ha aprendido todos los trucos de maquillaje: maneja con soltura la brocha y el perfilador y sabe bien cómo hacer destacar sus labios carnosos. Su metro cincuenta de estatura queda por debajo de la media, pero camina con un garbo que ya quisieran muchas a bordo de unos taconazos que se ha puesto para la ocasión. Se siente muy orgullosa de su melena con reflejos rubios que aporta un toque de seducción y combina de maravilla con el bronceado de su piel y el rojo de su vestido y uñas.
Se baja en la décima planta de La Torre Europa, un edificio acristalado de oficinas, lo último en diseño. Unos paneles solares acumulan energía suficiente para el consumo de agua y luz, y la temperatura se mantiene constante en el punto óptimo recomendado sin necesidad de abrir las ventanas, así que están condenadas. Desde su bufete de abogada, disfruta de una panorámica envidiable; ahora bien, no puede asomarse para respirar aire puro. «Servilismos del progreso», se abanica resignada cuando le entran los sofocos asociados a  su edad.
El primer viernes de cada mes, Teresa tiene una cita en su despacho a las nueve de la mañana. Bueno, no es exactamente una cita, pero como si lo fuera. Hoy se ha levantado más temprano que de costumbre para arreglarse a conciencia, merece la pena, y además ¡qué pasa! ¿Es que no puede una ponerse guapa cuando le dé la gana? Así pues, a las nueve menos cuarto abre la puerta de su oficina. Algo nerviosa enciende el ordenador que está justo al lado de la ventana y se sienta frente a él, fingiendo que mira el boletín oficial del día. Coqueta, se sube un poco el vestido por encima del muslo.
Puntual como siempre, desciende desde el piso superior la plataforma sujeta por unos cables. Primero se ven unas botas, piernas y torso. Por las venas de Teresa circula lava ardiendo en vez de sangre y cuando por fin aparece la sonrisa del limpiacristales nota que su cerebro se licúa sin remedio.
Y así todos los meses.