viernes, 3 de julio de 2015

Escarmientos

ESCARMIENTOS


—Usted me entiende, ¿verdad que sí, don Blas? Ella era lo que más quería, y después de tantos años juntos ¡ahora pretendía abandonarme! Yo siempre animándola, «veeenga, que ya falta poooco». Pero nada. Caminaba a su lado, tiraba de ella y todo eran protestas. Puede que la culpa fuese mía, no digo que no; tan liado andaba con mis cosas que quizás no presté suficiente atención a sus necesidades. Y de mientras, ella fue volviéndose cada vez más exigente y achacosa y vieja y fea... Hasta que un día, harto de oír sus quejidos, me dije ¡basta! Y la empujé por aquel barranco.

Mientras pasa un trapo sucio por la barra, Blas escucha con aparente desinterés, como suele hacer con los parroquianos de ojos encharcados. Observa al pobre infeliz que ahoga sus penas en un vaso; una bicicleta despeñada no le parece mala idea. Ahora mismo está pensando en decirle un par de cosas a su Vespa, y esta vez va a ir muy en serio, qué se ha creído.