viernes, 25 de julio de 2014

Piripi

PIRIPI

¿Qué es el curry? chilla la tía Tomasa desde la banqueta mientras apura su tercer vaso de moscatel―. ¿Vas a hacer una sopa inglesa, María Concepción?
Yo lavo las manzanas bajo el chorro del grifo y observo por el rabillo del ojo a mi cuñada Concha, que aprieta con fuerza los labios. Y el cuchillo con el que está picando los ajos.
Tía me dirijo en vano a ella recuerde lo que le recomendó el doctor: un dedito de vino. Al día.
Claro que el doctor podría haber sido más explícito: un dedo ¿cómo? ¿En horizontal o en vertical? La tía Tomasa, desde luego, ha entendido lo segundo.
Sois muy pejigueras, me fatigáis mucho masculla envalentonada agitando incrédula la botella vacía.
En realidad, la tía Tomasa no es de la familia ni nada. Fue la niñera de mi suegro. Cuando este creció, sus padres no supieron cómo deshacerse de ella y se la quedaron. Bastantes años más tarde, mi marido y su hermana la heredaron con la casa.
En serio te lo digo se queja Concha al tiempo que rehoga las verduras. Para entonces, la tía Tomasa ronca con la cabeza apoyada sobre el mantel que cada vez que relleno el crucigrama del periódico y sale la palabra «adir» me entran unas ganas de…





La crème de la crème

LA CRÈME DE LA CRÈME

Por fin viernes, qué ganas de que acabara la semana. Y de disfrutar de este momento de relax aquí tumbada en el sofá, sin hacer nada. No sé dónde estará Alberto, habrá salido a comprar algo especial para la cena, que hoy es nuestro quinto aniversario. Igual hasta me hace un regalito. Bueno, igual no, seguro. No conozco hombre más detallista. Que no todos los maridos se meten después del trabajo en la cocina para preparar una crema de pepinos, si hasta las rodajas ha dejado ya cortadas. Lo leí el otro día en una revista y le comenté, como de pasada, lo bueno que es el pepino para hidratar el cutis. A Alberto es comentarle cualquier cosa que te apetezca y no para hasta complacerte; vamos, un lujo de marido es lo que es. Algún ingrediente más hay por aquí, puede ser sandía, por eso ha quedado tan diluida. Seguro que ha mirado en internet y ha enriquecido la mezcla para obtener mayores beneficios.
Oigo abrirse la puerta, ahí llega mi chico.
¡Alberto, estoy aquí, en la sala! Ha entrado a la cocina, le estoy oyendo abrir armarios. Ah, ya viene.
Pero Silvia, ¿qué haces con la sopa untada en la cara?
¿Eeeh?
Nada, nada, nena, que… he pensado que… mejor cenamos en un restaurante.




sábado, 5 de julio de 2014

Un sitio para ella

UN SITIO PARA ELLA


Entró en la residencia de los Spencer por la puerta de la cocina para no hacer ruido, por si aún no se habían levantado. Tras quitarse las botas mojadas y calzarse las zapatillas, Ekaterina suspiró con nostalgia al ver las fuentes con los dulces, los renos de los paquetes de regalo, las serpentinas de colores… Los restos de la Nochebuena.
Comenzó la limpieza por el salón. Colocó en su sitio unos taburetes de cuero que habían quedado junto a la chimenea y recogió del suelo dos copas vacías y una botella de brandy por la mitad. Le sorprendió ver un cenicero con dos puros; le recordó al abuelo Grigor, a quien solo permitían encender su pipa en las fechas señaladas.
Sobre la mecedora de la señora Emily reposaban las agujas de tejer y un gorrito azul con ositos rojos a medio terminar. Con mucho cuidado, lo guardó en la caja de los hilos.
Al pasar el aspirador, descubrió entre las butacas un caballito de madera, seguramente el regalo de Santa Claus para Dennis, el pequeño de la familia. Lo llevó junto a la sillita de paseo a una esquina de la sala y se dispuso a despejar la mesa de la cena.
Retiró las copas del brindis, cambió el mantel por otro limpio y pasó una bayeta humedecida por la trona del niño. Una hora después, ponía en marcha el lavavajillas y se dejaba caer en una banqueta de la cocina para descansar unos minutos antes de marcharse. Mientras se quitaba los guantes, no pudo evitar contemplar a través de los cristales las calles de la urbanización, a esa hora todavía sin las pisadas de los caminantes; los muñecos de nieve con sus bufandas de cuadros; el humo de las chimeneas encendidas…
Le ocurría cada vez que iba a casa de los Spencer. Ekaterina hacía lo imposible por desviar la mirada, pero siempre terminaba fijándose en el balancín amarillo que habían instalado para el nieto debajo del pino. Sintió una punzada en el pecho al ver las bolas y adornos de navidad que decoraban el árbol. Todo le recordaba a su pequeño Sasha, que pronto cumpliría cuatro años. A tres mil kilómetros de allí. Por primera vez, no podría soplar las velas junto a él.
De pronto escuchó unos saltitos en el pasillo y el inconfundible chirrido de unas ruedas que se acercaban. Con la punta del delantal, se secó a toda prisa las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos, justo antes de que el señor Spencer entrara en su silla de ruedas con el niño sentado en su regazo.
Katy, te lo advierto: hoy no te escapas. Ayer te esfumaste muy hábilmente, pero hoy no te lo voy a permitir. Y tomándola con suavidad del brazo, la invitó a pasar al salón. Mira añadió señalando hacia la mesa Dennis ha puesto una silla para ti.


martes, 1 de julio de 2014

Chantaje

CHANTAJE

Antes de meter la llave en la cerradura, Edgar vuelve la cabeza para echar un último vistazo al aparcamiento. Dos Buick descoloridos, una moto cruzada en la acera. Un gato relamiéndose junto a un cubo de basura volcado sobre los charcos.
Edgar, no estás de servicio.
Chicago es peor que una cloaca.
Entran en la habitación. Cuatro paredes desnudas, una ventana desvencijada. Afuera retumban los truenos, arrecia la tormenta. Edgar coloca encima de la mesa su arma, las esposas, la placa. En el respaldo de la silla la chaqueta, la camisa, los pantalones. La ropa interior. Su compañero le rodea con los brazos por detrás y comienza a mordisquearle la oreja, a provocar el latido de su virilidad. Un relámpago ilumina esta escena de pasiones prohibidas, de sexo furtivo. Sus cuerpos tiemblan con el roce de sus dedos, con la tibia humedad de sus besos. Al borde del éxtasis, ambos se funden en uno solo. Y cierran los ojos
Una ráfaga de luces alumbra la estancia, pero hace rato que cesó el golpeteo de la lluvia contra los cristales. Edgar se gira hacia la ventana a tiempo de verles huir en la moto.
Con sus cámaras.
Malditos hijos de puta.