domingo, 12 de noviembre de 2023

Yugo

YUGO

«Con qué poco se conforma una», piensa Remedios mientras pulsa el piloto de la cocina de gas y se inclina para prender un cigarrillo. Aspira con deleite el humo, expulsa lentamente cada bocanada y cuando termina de saborear el primer pitillo que se fuma en paz dentro de la casa, enciende otro con la llama azul y contempla a Leoncia, su madre, sentada frente a un cuenco de sopa de fideos volcado sobre el mantel, toda rígida y morada. Se suelta el delantal que lleva puesto desde que tiene memoria y lo tira al cubo de basura junto a los chantajes y amenazas que le ataban a la tirana.

La mira con desdén, echándole el humo a la cara. Pese a ser centenaria, menudos chillidos pegaba, «¡¡¡putaaa, inútil, marranaaa!!!, y con tal de armar follón, y para arrearle unos guantazos, solía reprocharle que la sopa estaba aguachirri o hirviendo o helada. Era incluso capaz de arrancarse un pelo del pubis y echárselo al caldo para insultarla.

Mientras apura el cigarro, observa pasmada las antenas de un insecto que asoma entre los labios azulados. «¿El grillo de la jaula? Vaya descuido que ha tenido, ¿eh, madre?» murmura dando otra calada.

Windows

WINDOWS

En este resort de Cancún puede uno incluso cansarse, ya ves tú, de beber cada tarde una piña colada con medio cuerpo dentro de la piscina o una cerveza bien fría acompañada de unos pistachos tumbado en una hamaca. Es la sensación que le da a Pepe la visita virtual que está haciendo por la web de una agencia de viajes de lujo. También es verdad que no es un problema difícil de solucionar, porque puede uno bajar en chanclas por una pasarela de madera hasta la playa privada, con sus palmeras, su arena blanca y su agua cristalina, tan cristalina que se ven los pececillos azules, violetas y naranjas, alguna langosta por el fondo del mar y ¡ostras!, un tiburón blanco que avanza veloz hacia él, con esa mandíbula llena de dientes afilados. Y Pepe, que no sabe nadar y a duras penas se mantiene a flote, traga no sé cuánta agua antes de alcanzar con torpes brazadas la orilla, donde con todo el cuerpo temblándole intenta recuperarse del susto más grande de su vida.

Y cuando llega Marta del trabajo en el supermercado y se sienta agotada en el sofá, Pepe se baja las mangas de la camisa para ocultar sus brazos bronceados, mete tripa para disimular el par de kilitos que se cogió mientras recorría el bufet y le dice que este verano le apetece más, en vez de playa, irse a una casa rural.

Todo en vano

TODO EN VANO

Vaya tontadas que preguntas, Gonzalo, pues claro que prefiero estar aquí contigo, tumbados sobre la hierba en la orilla del río, a la sombra de los chopos, con los pies a remojo, viendo las garzas volando, los patos nadando, las truchas saltar. No, tampoco a mí me apetece madrugar mañana y ponerme a hornear pan en la tahona, con el calor que hace aún, después de estos días de relax. Pero ya sabes que no cuela lo de tu garganta inflamada, la alerta roja por huracán, que quites las pilas al despertador y menos todavía que garabatees en el calendario de la cocina un «32» en la última casilla de agosto.

Suite nupcial

SUITE NUPCIAL

«¡Qué cosquilleo más delicioso en el cielo del paladar!», sonríe Camille mientras da un sorbo a la copa de Dom Perignon. Después la posa en la bandeja, se sienta sobre la cama de dos metros bajo el tul del dosel, coge uno de los bombones Cailler, retira delicadamente el envoltorio verde y plata y le da un mordisco. Y es tal la explosión de placer, con el licor de cereza mezclándose con el del chocolate que se funde en su boca, que cierra los ojos para disfrutarlo mejor y se deja caer sobre la colcha, cubierta de claveles y de rosas y de orquídeas y de peonias. Y como no podía ser de otra manera, con la tibieza de los pétalos acariciándole los brazos desnudos, la fragancia de las flores, el sabor de los productos gourmet y el confort del colchón viscoelástico, se queda medio dormida, con expresión de placer, soñando con un riachuelo, unos nenúfares, unas campanillas, vamos, el mismísimo paraíso… hasta que sobresaltada grita «¡ay, me ha picado una avispa!», y se incorpora de un salto. Pero no es una picadura, no, sino un pellizco de Marie, la otra camarera de piso, «así no duras ni dos días aquí», le advierte, mientras se termina lo que queda del bombón, recoloca las flores de la cama y se lleva a rastras a una todavía aturdida Camille a continuar con la siguiente habitación.

 

Rasguños

RASGUÑOS

Sospecha al dar un respingo el abuelo Teo que se ha debido quedar un rato traspuesto, porque antes se veía la alfombra del salón y ahora está cubierta, de un lado, por montañas de papel arrugado, trozos de porexpan, cajas abiertas y manuales de instrucciones. Y del otro, por una serie de dispositivos que el hombre mira sin entender para qué son: una tablet, un portátil Genio, un reloj Vtech, una consola Nintendo, un Smartphone, una cámara de fotos Kidizoom, unas gafas 3D, una diana electrónica y no se sabe bien cuántos videojuegos.

Son los regalos del cumpleaños del nieto. Posa su mirada en el pequeño, que se regocija mientras hace explotar las burbujas de un plástico de embalaje, pero sus padres le apremian, «no hagas el bobo, Jorge, y abre el de tu tía Menchu», y el niño continúa recibiendo paquetes, bostezando, repartiendo besos, hasta que ya ha abierto todos los obsequios. Entonces, le mandan al cuarto a jugar, y en la frágil neblina en que se van convirtiendo los recuerdos del viejo, se forman jirones de imágenes en blanco y negro de cuando tenía la edad del nieto. Y esboza una sonrisa al evocar los charcos que sorteaban durante los largos meses de invierno, las farolas rotas a balonazos o pedradas, las huidas a todo correr calle abajo, las costras en las rodillas, aquellos toboganes altísimos, las brechas que se hacían en los columpios de hierro.

Polizones

POLIZONES

Como apenas eran unos críos, no sabían nadar y temían que nadie los contratara, se colaron Reinaldo y Tadeu de extranjis en la bodega de una pequeña embarcación, donde un barbudo estaba soltando amarras. Cuando sus ojos se hicieron a la oscuridad, les sorprendió muy gratamente encontrarse la tarima recién fregada y unos camastros bastante cómodos, con almohadas llenas de plumas y colchas de fina badana. A cada lado, había una silla con un cojín para la espalda y un tablero a modo de mesa sobre el que estaban dispuestos una vasija con agua fresca, un odre de vino, un barril lleno de delicioso licor, hogazas de pan, tiras de carne y pescado en salazón, naranjas, peras, ciruelas deshidratadas, olivas, nueces, miel y unos dulces almendrados muy ricos. Manjares que, desde luego, no esperaban encontrarse en un lugar así. Aquella iba a ser, decidieron, una experiencia inolvidable.

Notaron que el barco zarpaba mientras, tumbados sobre el jergón, daban buena cuenta del vino y escupían huesos de aceitunas, a ver quién los lanzaba más lejos. Habían oído, allá en su aldea perdida entre montañas, que aquellos navíos regresaban cargados de tesoros y su idea era volver a casa, muy ufanos, con unas cadenas al cuello, sortijas de brillantes en los dedos, coronas en la cabeza, túnicas ricamente bordadas con hilos de oro, diamantes, zafiros; esas cosas que llevan los reyes de los cuentos.

Les estaba haciendo efecto el alcohol, ese sopor tan placentero, cuando se abrió chirriando una puerta y entró el barbudo, que se presentó como el capitán, el vigía, el jefe de máquinas, el contramaestre, el grumete, el cocinero —«todo lo hago yo, en estos tiempos que corren nadie quiere enrolarse, ¡ay!, esta juventud», se lamentó, los abrazó emocionado, se alegró de verlos ya instalados y les agradeció que le acompañaran a atravesar aquel océano lleno de amenazas, monstruos espeluznantes, ballenas asesinas, bestias abisales que clavaban sus dientes en la quilla de madera, serpientes gigantes que se enroscaban todo alrededor del casco hasta reventarlo y hundirlo, y resto de peligros del que muy, muy pocos barcos, regresaban.

Lluvia de estrellas

LLUVIA DE ESTRELLAS

Toda suspiros era Mariví desde que la invitara el Juancho a ver las Perseidas en el Seat Panda que le dejaba su padre. Mientras se ponía colorete y carmín y unas gotas de perfume detrás de las orejas, gesticulaba frente al espejo, entornaba los ojos, parpadeaba coqueta, sacaba y metía la lengua, fantaseando con una noche de pasión. No tenían cabida en su imaginación el olor al ambientador de pino que colgaba del espejo retrovisor, el de las colillas de Ducados del cenicero, las moscas pegajosas, la cerveza caliente y, mucho menos, los nubarrones que esa noche cubrirían completamente el firmamento.

La casa en la colina

LA CASA EN LA COLINA

No era un empleo de esos que terminas la jornada deslomado y tampoco es que hubiera mucho que hacer en aquella casa. Las telarañas del techo les dejó claro doña Genoveva, la dueña, que no le molestaban, y el polvo que se posaba en cómodas y estanterías y la pelusilla de las alfombras tampoco era una cosa que le quitase el sueño. Los cristales de ventanas y balcones los prefería sucios; total, para lo que hay que ver, les había dicho mientras descorría los cortinones de terciopelo del salón y salían al jardín por llamarlo de alguna manera, que rodeaba la casa. Parecía aquello una jungla, totalmente cubierto de maleza, ortigas y zarzas, pero ella les dijo que ni tocarlo, que le gustaba así, decadente, agreste, natural. En la planta de arriba les mostró la que sería su habitación, que tenía un dosel sobre una cama enorme y un baño con unos sanitarios muy antiguos, pero que sería para ellos dos solos. En el cuarto donde dormía la señora, el baño que usaba y su salita de estar, donde se sentaba a bordar, tomar el té o escribir cuando la musa la visitaba, no tendrían que entrar, según les indicó, a nada de nada.

A Nicoleta y Florin, que buscaban a la desesperada un lugar donde alojarse y dejar atrás el cuartucho húmedo y lúgubre donde malvivían, les pareció el maná, mejor que tocarte la lotería. Así que esa misma tarde trajeron sus escasas pertenencias y se instalaron tan contentos. Antes de la hora de cenar, y según establecía el contrato que habían firmado, Florin, armado de brocha y una lata de pintura blanca, se dispuso a cubrir en las paredes del salón una serie de manchurrones producidos por la humedad. Le parecieron caras fantasmagóricas bocas suplicantes, miradas desencajadas, semblantes de terror y surgían cada tarde provocadas, según doña Genoveva, por unas filtraciones en la instalación de fontanería. Nicoleta se aplicó en coser unos desgarrones en una sábana muy desgastada que en algún momento fue blanca «los dos agujeros del medio déjalos» le había indicado y una vez planchada y almidonada, se la llevó doña Genoveva a su estancia después de despedirse de ellos hasta mañana.

Al poco de acostarse aquella primera noche, comenzaron a escuchar unas voces a ratos susurrantes, a ratos más altas, el sollozo apagado de una mujer, el crujir de los peldaños de madera, el ruido de cadenas que se arrastraban, el golpeteo de las contraventanas, el aullido del viento…

Todos estos ruidos son muy de pelis de sustos temblaba Nicoleta, abrazada a Florin.

Y él, para meterla más miedo, bromeaba con que podría tratarse de psicofonías, fenómenos paranormales. Y en esto discrepaban, por más que aguzaran el oído, pero en lo que sí se pusieron de acuerdo fue en que no se les olvidara comprar, al día siguiente, un arsenal de tapones de algodón en la farmacia, porque de aquella casa, no se marchaban.

Estigmas

ESTIGMAS 

Se le encogía a uno el alma al oír sollozar a aquel paciente, sus aullidos eran de auténtico pavor. Fíjese hipaba muy alterado, de rodillas sobre la cama, levantándose hasta el cuello el camisón en los latigazos de la espalda. Y mire la llaga que me hicieron con la punta de una lanza desvariaba señalándose el costado. Y estos agujeros proseguía, casi ronco, mostrándome la palma de las manos son de cuando me clavaron a la estaca.

En medicina lo llamamos síndrome post-UCI. Ocurre a veces que al despertar del coma sufren alucinaciones y ataques de pánico. Yo intentaba calmarlo, enseñándole con un espejo el torso, los pies, para que viera que solo había sido un mal sueño. Pero mientras le enjugaba la frente empapada en sudor, descubrí espantado una espina clavada en su sien.

 

Cumbres nevadas

CUMBRES NEVADAS

Rodeadas de matojos secos y desperdicios se ven unas cuantas caravanas junto a esta carretera de Arizona. No se diferencian entre ellas: todas están sucias y desvencijadas, algunas tienen las ruedas pinchadas, otras los cristales rotos. Cualquiera que circule por aquí pensaría que están abandonadas, pero si se apease y se asomara a la más apartada podría ver a Ted roncando entre colillas y botellas vacías. Y, encadenada con un grillete, a MaryLou tarareando nanas, soñando con las nieves de Wisconsin, despegando de la tira que cuelga del techo las moscas que agitan desesperadas sus patas, arrancándoles con suavidad las alas.

Corazón partío

CORAZÓN PARTÍO

En mil añicos, como un cristal que recibe el impacto de un proyectil, se le rompió a Annie el corazón cuando vio a Eric dando un beso con lengua a su mejor amiga a la semana de comenzar el curso. Sin ningún ánimo ni ilusión y con muchas lágrimas derramadas y sin derramar, los fue recogiendo uno a uno, siguiendo un instinto hasta entonces para ella desconocido, notando el dolor punzante que aquel desgarro de la víscera le había producido.

Los fue uniendo con desinterés, de cualquier manera, con celofán, grapas y pegamento. Cuando hubo terminado, dejó el amasijo ahí, en el hueco donde antes palpitaba despreocupadamente un órgano rosado, mullido e infantil y no volvió a prestar atención a su latido hasta que, mes y pico después, durante la fiesta de disfraces de Halloween, se le acercó Tommy, le cogió de la mano y le susurró no se sabe qué al oído.

Chic

CHIC

La cantina se llama ahora bistro «Chez Dennis» y se ha hecho popular por su cóctel caliente, el «Caffé au Cognac», considerado por su distinguida clientela un delicatesen que nadie debería perderse.

Cuando baja la persiana, Dennis vuelve a ser Dionisio, se quita el acento francés, cambia la música de cabaret por unas rumbas y se reúne en la cocina con su Brígida en horario laboral, Brigitte, para comentar el acierto de reinventarse y poner el carajillo en una copa de vidrio tallado, obsequiando con un dedo extra de licor, pero en vez de a dos cincuenta, a ocho euros.

A fuego lento

A FUEGO LENTO

A Nel por un oído le entra y por otro le sale lo que comentan las muyeres entre fogones. Qué más le da a él si asustaron a las fabes, si toca añadir el azafrán, el chorizo, la panceta, si ahora un rato haciendo chupchup. Pero no les quita ojo, porque el olor del puchero le hace literalmente la boca agua y ni se entera de que se le está cayendo la baba hasta que la madre le ajusta el babero, le da una cucharada y siente un enorme placer al deshacerse por primera vez una fabe en su boca.

24/7

24/7

Desplazándose con sus bandejas llenas entre las mesas comienza Rob su jornada: cuatro de chocolate con churros para la uno, pincho de tortilla y café para la tres, croissant natural, magdalena y dos tés para las chicas de la seis. Silencioso, diligente y esquivando sillas fuera de su sitio o algún despistado que no lo ve, regresa a la barra parándose a recoger servilletas, cubiertos sucios, platos y tazas vacíos de los desayunos terminados por los clientes.

Así sin parar hasta la hora del cierre. Después lo dejan cargando la batería en el almacén, y listo para el día siguiente.