domingo, 12 de noviembre de 2023

Windows

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En este resort de Cancún puede uno incluso cansarse, ya ves tú, de beber cada tarde una piña colada con medio cuerpo dentro de la piscina o una cerveza bien fría acompañada de unos pistachos tumbado en una hamaca. Es la sensación que le da a Pepe la visita virtual que está haciendo por la web de una agencia de viajes de lujo. También es verdad que no es un problema difícil de solucionar, porque puede uno bajar en chanclas por una pasarela de madera hasta la playa privada, con sus palmeras, su arena blanca y su agua cristalina, tan cristalina que se ven los pececillos azules, violetas y naranjas, alguna langosta por el fondo del mar y ¡ostras!, un tiburón blanco que avanza veloz hacia él, con esa mandíbula llena de dientes afilados. Y Pepe, que no sabe nadar y a duras penas se mantiene a flote, traga no sé cuánta agua antes de alcanzar con torpes brazadas la orilla, donde con todo el cuerpo temblándole intenta recuperarse del susto más grande de su vida.

Y cuando llega Marta del trabajo en el supermercado y se sienta agotada en el sofá, Pepe se baja las mangas de la camisa para ocultar sus brazos bronceados, mete tripa para disimular el par de kilitos que se cogió mientras recorría el bufet y le dice que este verano le apetece más, en vez de playa, irse a una casa rural.