domingo, 12 de noviembre de 2023

Polizones

POLIZONES

Como apenas eran unos críos, no sabían nadar y temían que nadie los contratara, se colaron Reinaldo y Tadeu de extranjis en la bodega de una pequeña embarcación, donde un barbudo estaba soltando amarras. Cuando sus ojos se hicieron a la oscuridad, les sorprendió muy gratamente encontrarse la tarima recién fregada y unos camastros bastante cómodos, con almohadas llenas de plumas y colchas de fina badana. A cada lado, había una silla con un cojín para la espalda y un tablero a modo de mesa sobre el que estaban dispuestos una vasija con agua fresca, un odre de vino, un barril lleno de delicioso licor, hogazas de pan, tiras de carne y pescado en salazón, naranjas, peras, ciruelas deshidratadas, olivas, nueces, miel y unos dulces almendrados muy ricos. Manjares que, desde luego, no esperaban encontrarse en un lugar así. Aquella iba a ser, decidieron, una experiencia inolvidable.

Notaron que el barco zarpaba mientras, tumbados sobre el jergón, daban buena cuenta del vino y escupían huesos de aceitunas, a ver quién los lanzaba más lejos. Habían oído, allá en su aldea perdida entre montañas, que aquellos navíos regresaban cargados de tesoros y su idea era volver a casa, muy ufanos, con unas cadenas al cuello, sortijas de brillantes en los dedos, coronas en la cabeza, túnicas ricamente bordadas con hilos de oro, diamantes, zafiros; esas cosas que llevan los reyes de los cuentos.

Les estaba haciendo efecto el alcohol, ese sopor tan placentero, cuando se abrió chirriando una puerta y entró el barbudo, que se presentó como el capitán, el vigía, el jefe de máquinas, el contramaestre, el grumete, el cocinero —«todo lo hago yo, en estos tiempos que corren nadie quiere enrolarse, ¡ay!, esta juventud», se lamentó, los abrazó emocionado, se alegró de verlos ya instalados y les agradeció que le acompañaran a atravesar aquel océano lleno de amenazas, monstruos espeluznantes, ballenas asesinas, bestias abisales que clavaban sus dientes en la quilla de madera, serpientes gigantes que se enroscaban todo alrededor del casco hasta reventarlo y hundirlo, y resto de peligros del que muy, muy pocos barcos, regresaban.