LA
PANTALLA
Desde el instituto me arranco
las uñas, me rapo la cabeza y simulo una joroba exagerada. Un día me clavé un
punzón en la rodilla, para cojear, y ahora camino apoyándome en un hacha.
Llevo toda la vida
preparándome para conseguir un puesto de fantasma. ¿Dónde? Me da igual: en el
caserón de una colina, el pasillo de un hotel, un descampado, un desván, una
pared desconchada…
Cualquiera de esos lugares me
viene bien, pero antes quiero empaparme de los grandes. Aprender. Por eso me
dedico a ver pelis de miedo, de muertos, de psicópatas. «El
resplandor» es
una de mis favoritas.
La he metido hoy en el vídeo,
pero no sé qué ha pasado que las dos niñitas han echado a correr por el
pasillo, han girado la pantalla y se han sentado en la primera fila del patio
de butacas.
Y ahora me están mirando,
comiendo palomitas, jugando con unas cerillas, discutiendo entre ellas si
prender fuego a la pantalla.