EL CONGRESO
Soñar
despiertos era nuestro juego favorito en aquel paraíso de aguas turquesas y
caracolas en la orilla. Mientras veíamos cada tarde la puesta de sol, nos
dejábamos arrebatar por la pasión y nos revolcábamos bajo las palmeras o en mi bungalow, sin importarnos llenar de
arena la cama, donde lamíamos la sal de nuestros cuerpos hasta el amanecer.
Sin
haber dormido apenas nada, te ponías el uniforme e ibas a atender los desayunos
al comedor, mientras yo acudía a las soporíferas ponencias de los más eminentes
estomatólogos del mundo, girando distraída la alianza de oro entre los dedos.