LA MESA
La vieron de
casualidad cuando salían del vertedero, detrás de un colchón lleno de cercos
amarillos. Una mesa maciza, casi nueva, sin apolillar. Con detalles y figuritas
tallados a lo largo de todo el borde. Estaba coja de una pata, pero eso daba
igual: con lo que pesaba, seguro que sería de roble o de nogal, de una madera
cara. Ya buscarían un taco o algo para calzarla.
―Verás cómo se
pone de alegre la mama ―dijo el hombre al
mocoso que le acompañaba mientras la subían al remolque con mucho cuidado.
De camino al
chamizo iban muy animados, sin creerse la suerte que habían tenido al
encontrar un mueble tan bonito, imaginando lo bien que quedaría en la cocina,
en lugar de la mesa de camping
plegable. Lo que no tenían claro aún era qué hacer con el viejito en pijama que
se aferraba a ella como una lapa y que no paraba de toser.