EL
PAISANO
Había cambiado la forma de
comportarse y hasta de fumar. Ocurría siempre que la parienta se iba,
diciéndole que le esperaba en menos de una hora en casa. Con ella las caladas
las daba sin tragarse el humo, y dejaba caer al suelo las pavas por la mitad.
Sin ella apuraba los cigarrillos hasta quemarse los labios y lanzaba las
colillas poniéndolas entre el corazón y el pulgar. Y nos invitaba a los de la
barra a todos los chupitos de anís.
Para cuando ella regresaba a
las tantas, con su cara avinagrada, ya le habíamos cogido la cartera para pagar
la bebida, porque sabíamos que volvería.