EL
AMIGO
Toda la vida se pasó Quino intentando
demostrar su inocencia, negar las acusaciones que le señalaban siempre a él, pero
el pobre era un enclenque mental, qué le vamos a hacer. Ya de crío le tacharon
de maltratador precoz en la guardería: arrancaba cabezas de muñecas y, si
pillaba una cucharita o algo, les sacaba los ojos también. Un sádico es lo que
es, murmuraban las maestras de primaria. Un psicópata en ciernes, dictaminó el
psicólogo del instituto cuando descubrí en su mochila una lagartija viva
atravesada en canal con un pelo de marquetería.
Solo me tenía a mí. Y yo solo
le tenía a él. Con eso me bastaba, con tener aunque fuera un único amigo.
En el viaje de fin de curso
fuimos a París y un día nos llevaron a visitar la Torre Eiffel. Yo estaba
excitadísimo, convencido de que el asqueroso de Nacho perdería pie, caería
desde arriba y todos acusarían a Quino.
Pero había demasiadas medidas
de seguridad. Tendría que esperar otro momento mejor.