EL GRUPO
Al entrar saludé cordialmente, como siempre. Hasta
me interesé por su fin de semana: que si habían ido a por castañas, a visitar a
los abuelos o al centro comercial. Y eso que a mí qué me importaba. Pero
enseguida flipé al ver sus muecas de desagrado y sus caras de desdén. Me hacían
el vacío, yo creo que hasta hablaban a mis espaldas. Y solo porque había
llegado un poco tarde a la cita, qué exageración.
Estaban decidiendo el postre del cumple de
Laura. Siete años. Unos defendían a muerte «la tarta con velas, sin discusión»;
otros se empecinaban en que «mejor fruta de temporada, que es azúcar saludable.
Estamos atiborrando de veneno a nuestros hijos», sostenían sin dar su brazo a
torcer.
Noté el ambiente tan caldeado que, por rebajar un
poco la tensión, sugerí medio en bromas donuts, flanes, piruletas, bombones,
cruasanes, qué sé yo, todas las chorradas que encontré. También di un taconazo
¡olé! y tiré confeti. Pero les debió de parecer fatal porque se pusieron muy
hostiles y amenazaron con bloquearme.
—No hace falta —tecleé encantado de ver una ocasión
tan clara de escapar de aquel chat de padres del colegio—. Ya me voy yo.