LOS HUÉSPEDES
Con
el viejo del desván
no teníamos mucho trato; hola y adiós cuando nos cruzábamos en las escaleras y
poco más. Pero nos daba cosa verle tan solo. Andaba algo achacoso, tropezaba
con las paredes y últimamente chocheaba. Solía desorientarse cuando salía al
jardín, por eso a veces nuestros padres nos mandaban fuera a buscarlo.
La hojarasca cubría el fondo de la piscina, se escuchaban los ladridos del perro intentando cazar un ratón y donde el tendal tampoco estaba. Entonces volvimos dentro. Miramos detrás de las puertas, en los armarios, debajo de las camas. Nada. Hasta que le oímos gritar en la cocina. Tuvimos que aguantarnos la risa al verle en la lavadora, girando entre toallas y paños, los dos agujeros de su sábana mirándonos espantados.
La hojarasca cubría el fondo de la piscina, se escuchaban los ladridos del perro intentando cazar un ratón y donde el tendal tampoco estaba. Entonces volvimos dentro. Miramos detrás de las puertas, en los armarios, debajo de las camas. Nada. Hasta que le oímos gritar en la cocina. Tuvimos que aguantarnos la risa al verle en la lavadora, girando entre toallas y paños, los dos agujeros de su sábana mirándonos espantados.