LOS INICIOS
Elegir un marco
sencillo para la orla y colgarla en la pared junto a los otros diplomas y el
certificado del Colegio de
Abogados era su mayor ilusión. Que el despacho fuese diminuto, el lavabo
estuviera en el rellano, que diera a un patio interior o fueran a declarar el edificio en ruinas no
le parecía una tortura.
Siempre se podría tapar el ventano con un vinilo o poner un ambientador
de agua de jazmín para
mitigar el olor a repollo hervido o el tufillo de las tuberías. Un engaño
provisional. «Los inicios siempre son duros», solía decir su padre.
Y tanto que
sí, suspiraba Miguel a dos días de que acabara su contrato en una gestoría,
mientras colocaba en una huevera, a modo de bandeja, los vasos de la máquina de
café: un expresso para el de laboral y dos cortados y un capuccino para
los de fiscal.