LA VARITA MÁGICA
—Está oscureciendo —dijo Caperucita agachándose junto al Hada, que removía a conciencia la hojarasca—. Mire, quédese a dormir en casa de mi abuela y mañana madrugamos y seguimos buscándola, ¿le parece bien?
—Jo, qué rabia, si tiene que estar por aquí —se
lamentó el Hada. Pero apenas se veía y aceptó agradecida la invitación de
aquella niña tan simpática.
Unos minutos más tarde llegaron a una cabaña.
Caperucita abrió la puerta y acompañó al Hada a la chimenea para que se
calentara. Allí le atravesó el corazón con el atizador. Entonces agitó la
varita y ¡ploff! se convirtió en lobo feroz.
Cortó al Hada en filetes y los envasó,
empaquetó los huesos y guardó las vísceras en tarros de cristal, para el largo
invierno.
—Aún queda espacio en la alacena —pensó
relamiéndose, mientras recordaba a aquellos dos niñitos que había visto
merodeando por los alrededores, tirando migas de pan.