EL VESTIDO
A
Yasmina aquel vestido estampado de cuello cisne y manga larga le parecía
horroroso, pero por no aguantar a la monja de Cáritas, y como se le estaba
haciendo tarde, se lo llevó a regañadientes. En los aseos del primer McDonalds
que encontró recortó el escote y redujo varios centímetros el faldón.
—Ahora
sí —se dijo complacida, emborronando su sonrisa desdentada con carmín y
ensayando poses provocativas frente al espejo.
Un
polvo rápido en el asiento trasero de una furgoneta, dos felaciones y cinco
ginebras después, se reunió con el Nando en la boca del metro. Subieron a un
vagón, se trasegaron la botella de clarete que traía él y al poco se quedaron
dormidos hasta cocheras.
Allí
el revisor los echaría a la calle. Buscarían cartones por los alrededores,
entrarían en un cajero con olor a meados y se tumbarían bien juntitos. Después
aparecerían unos skinheads, les
rociarían con gasolina y les prenderían fuego. Sus cuerpos carbonizados yacerían,
aún abrazados, en el suelo humeante.
O
quizá ese revisor se conmovería al fijarse en el vestido de Yasmina porque le
recordaría a su esposa, recientemente fallecida. Hasta el mismo zurcido en un
bolsillo tenía.
No,
no tuvo coraje para despertarlos.