LA TIENDA DE ANTIGÜEDADES
El
vestido de fiesta era auténtico y el carruaje y los caballos también, así que
la clienta se fue contentísima con la ganga. Pero pasadas las doce de la noche
me despertó hecha una fiera, amenazándome con un zapato de cristal, y tuve que
devolverle el dinero. Se lo había advertido lo de la medianoche, venía bien
clarito en el libro de instrucciones, pero ni caso. Y mírame ahora: recogiendo
del mostrador jirones de seda, pedrería y organdí y dando escobazos a estos dos
ratones.
De
verdad, qué descuidada es la gente, ¡está todo inservible! En cuanto amanezca
quemaré los harapos en la chimenea, sacaré a la gata para que acabe con los
intrusos y pondré una olla con agua a hervir para hacer crema de calabaza.