domingo, 30 de abril de 2017

La espera

LA ESPERA

En una butaca de escay, un hombre masajea su cuello dolorido, bosteza varias veces, bajito, y se quita con disimulo una legaña. Son gestos estos últimos innecesarios: ninguno de los otros tres pacientes, enfrascados como están en las pantallas luminosas de sus móviles, advierte ni advertirá su presencia. Lleva más de una hora esperando a que le hagan un escáner.
Se incorpora y camina hacia la puerta. Se detiene, presiona con los dedos sus lumbares, va y vuelve, vuelve y va. Se acerca a la ventana y mira aburrido las cagadas de paloma en el alféizar junto al esqueleto de un geranio. Estira todo lo que puede el pescuezo hasta distinguir una plaza. Allí ve una anciana encorvada echando migas de pan a las palomas, pitas pitas, que picotean el suelo, ávidas. Al principio son unas pocas, después comienzan a llegar de todos lados, por docenas, en bandadas. Las provisiones de la vieja se acaban y las aves, hambrientas, se posan en su cabeza, le clavan las garras en los hombros, los brazos, y terminan derribándola. Entonces el hombre da un respingo, se aparta incómodo de la ventana, vuelve a sentarse en su butaca de escay y coge de la mesa una revista cualquiera.