EL
HOMBRE DE LA CASA
Y le manchaba los dedos de
harina al entregarle el paquete de billetes: seiscientas pesetas a la semana
por repartir por el barrio el pan. Aunque se apresuraba todo lo que podía,
siempre llegaba tarde a la escuela, donde la mano blanca de tiza de la maestra
le arrastraba al pupitre tirándole de una oreja.
El día de cobro, al terminar
las clases, buscaba en el descampado al Granos
y después corría a la farmacia a por el resto de medicación. Ya en casa,
sujetaba la cabeza de su madre moribunda mientras le daba el jarabe.
Acuclillada en la cocina veía a su hermana Macu, toda ojeras, inyectarse el
maldito polvo gris.