LA HERENCIA
Cuando
llegué a la casa de la abuela no quedaban ni los enchufes. Desde luego nunca
tuvieron tacto mis primas, ni gusto. Porque llevarse aquellas horrorosas
cortinas de cretona, era como para matarlas.
El
día que murió, yo estaba en la Patagonia con mi familia, avistando ballenas. Y
tampoco era cosa de dejar el viaje a medias. Así que cuando por fin pude ir al
pueblo, lo único que encontré fue una mecedora de plástico. Como cabía en el
maletero del coche, me la llevé.
A
mis hijos les dio un ataque de risa al verme entrar en casa con aquel
cachivache. Pero mi marido envió una foto a un colega suyo, diseñador en una
mueblería sueca.
Ricos,
ricos, no nos hicimos. Nos llegó, eso sí, para otro viajecito. ¡Pero cómo
disfruté las pasadas navidades fastidiando a mis primas con la mecedora en la
portada de esta revista!