LA HIPOTECA
Antes de que
cantase el gallo, sábados, domingos y fiestas de guardar incluidas, ya andaba
Felisa hirviendo con desinfectante los pañales de su madre o haciéndole friegas
con pomada en sus llagas purulentas. Tal como la anciana ordenaba. El resto del
día pues barriendo suelos, preparando purés o jabonando camisones llenos de
vómito y orines… Confiaba en que más antes que después la vieja palmaría y ella
heredaría la casa. Así que paciencia, se decía asqueada mientras arrancaba una
hoja del calendario o miraba envidiosa las postales que enviaba su hermano
Javier, siempre tan manirroto, desde lejanas playas paradisíacas.