ESA BOCA…
—¡Desgraciado,
tarambana! Termínate el café ¡y a ordeñar! —rugía la Domitila echando achicoria
al tazón del hijo. No había amanecido aún cuando el pobre hombre bajaba al
establo. A ciegas, que ni bombillas había.
—¡Mierda!
—exclamó al tropezar con algo. Fue decir esto y aparecer detrás la vieja con un
cubo lleno de agua sucia y jabón y restregarle la boca.
—No se
dicen palabrotas, ¡mentecato, retrasado!
Así empezaban
los días; acababan dejándose ganar al chinchón.
—Siempre te
gano, botarate, ssudnnodmmll… ¡agghhh!
Aquella
noche, se le ahogaron los insultos con un paquete de cartas sin abrir
atravesado en la garganta.