PURGA
Como para no estar enojada, si
son más de las diez de la noche del viernes y no la dejan marcharse. Y eso que
su jornada terminaba a las ocho. La tiene la encargada doblando pantalones,
amontonándolos por tallas y colores, poniendo en perchas los blaziers e intentando averiguar dónde
estaba cada cosa antes de que empezara la jornada de rebajas y entrase la
marabunta a desordenarlo todo.
Además, viendo el caos de ropa
tirada por todas partes, calcula que antes de las once no terminan de recoger.
Le da entonces por imaginarse juntos en el pub a su novio, con la tercera
cerveza en el cuerpo, y a Lisbeth, estrenando el vestido transparente negro que
se llevó antes por treinta euros y que le quedaba tan sexy. Y nota por momentos
cómo el cabreo le va provocando unas arcadas que le suben por el esófago, y
cómo se le salen por la boca a borbotones los «mecagüentodo», los «suputamadre» y los «hastaloscojonesmetienen».
Suenan entonces unos
golpecitos en la puerta del lavabo y una voz pregunta, «Jenni,
¿estás bien? Aún no hemos terminado». Así que Jenni se alisa con los dedos la
melena, se pone gloss en los labios y
sale aliviada, orgullosa de haberse podido contener hasta llegar al baño, echar
toda su mala leche entre esas cuatro paredes y no quedarse, al menos de
momento, sin empleo otra vez.