EL TEST
No salen baratos los desayunos
healthy y si los consumes en terraza,
menos. El jugo de espinacas, apio y manzana, el bol de arándanos y gajos de
naranja y la tosta de trigo sarraceno con aceite de oliva virgen extra y
semillas de sésamo, diecinueve euros con sesenta. O sea, un billete de veinte,
que cobran eso para que dejes en el platillo las dos monedas de vuelta. Y lo
malo no es el precio, sino que se levanta una de la mesa como que le falta algo
más contundente en el cuerpo. Tampoco llevo bien el no poder fumarme el pitillo
de luego.
Pero por el bienestar del
futuro bebé, una madre hace lo que sea, aunque menuda sorpresa. Llevaba quince
días sin bajarme la regla y al echar las cuentas me cuadraba perfectamente:
aquella cena de empresa, las cervezas de antes, el albariño de mientras, las
copichuelas de después y el revolcón con Javier, el de reprografía. Y que tenía
las tetas como dos ubres, pensaba yo que estarían repletas de leche,
pensamientos un poco tontos, porque la leche se fabricará más adelante, cuando
el niño esté a punto de nacer, no sé.
El caso es que ayer, haciendo
memoria, rebobinando aquella noche de desenfreno, recordé que Javier había
sacado un preservativo pero no llegó a empalmarse, que también iba él un poco
pedo. Así que esta mañana bajé a la farmacia a comprar una prueba de embarazo,
hice el test y dio negativo. Pues mira, mejor, me dije, que con cincuenta no me
apetece andar con pañales, tardes de columpios y chats de padres del colegio.
Seguramente será la menopausia, que puede darse en torno a los cuarenta y cinco
y aunque parece un poco pronto lo miré en Internet y no lo es.
Así que, para celebrarlo, he
decidido que voy a darme un homenaje por todo lo alto. Hoy desayunaré unas
porras con chocolate, un pincho de tortilla, un café negro con un chorretón de
brandy y en cuanto termine veré si me fumo un par de cigarrillos seguidos, un
purito de vainilla o le doy candela a mi pipa de madera de cerezo.