miércoles, 29 de mayo de 2024

Atrezo

ATREZO

En el cuartucho donde malvive Pedro, lo primero que se percibe la mañana de Reyes es un olor intenso a camello —o eso le parece a él, aunque más apropiado sería decir que es un hedor a rancio, a sucio, a fetidez. Hay mechones de pelo áspero enganchados en las ramas del abeto y también en las cortinas del ventanuco por donde se supone que ha entrado la comitiva real. Para llegar a donde los regalos hay que sortear, además, varios excrementos que no son nada pequeños. Cada año se repite la misma escena: de los tres mazapanes que pone para Sus Majestades solo quedan los envoltorios y la botella de anís, y varias latas de cerveza también, están vacías sobre las baldosas frías del suelo.

Desde la cama, somnoliento, legañoso y con un molesto martilleo en la sien, contempla al despertar el decorado que le ha tenido ocupado la víspera. Sus ojos, enramados y llorosos, se detienen en los juguetes envueltos en papel, bastante arrugado ya, desde las navidades de 2009, el año que vio a sus hijos por última vez: el balón de reglamento para Mateo y el puzle para Inés.